Los huracanes demuestran que su sistema no ofrece soluciones

En las últimas semanas, los huracanes Helene y Milton arrasaron partes del sureste de Estados Unidos. Milton fue el segundo ciclón tropical más intenso jamás registrado. Y Helene fue uno de los huracanes más mortíferos en Estados Unidos desde el huracán Katrina en 2005.

Los efectos más devastadores de Helene se produjeron en la región de los Apalaches, en Carolina del Norte, donde arrasó ciudades e infraestructuras enteras. La destrucción fue tan grave que la región tardará años en recuperarse. El número de víctimas mortales de ambos huracanes es más de 270 personas. Es probable que haya más muertos, ya que cientos siguen desaparecidos.

Estos huracanes también han desatado caos en las vidas de millones de personas de la región. Muchas personas han visto sus casas destruidas o gravemente dañadas por las inundaciones. Y en el proceso de evacuación, surgió una gran diferencia entre los que podían permitirse escapar y los que no.

Los que tenían dinero pudieron escapar conduciendo hasta un lugar seguro o reservando vuelos de última hora, mientras que muchas personas pobres y de clase trabajadora se vieron obligadas a permanecer en situaciones que ponían en peligro sus vidas. Muchos no tenían adónde ir ni cómo llegar. Algunos se vieron obligados a seguir trabajando hasta que los huracanes tocaron tierra.

Para los que sobrevivieron, muchos siguen enfrentándose a condiciones miserables. Tres semanas después del huracán Helene, hay miles de personas sin electricidad ni acceso a agua limpiaen Carolina del Norte. Y después de Milton, casi un millón de personas siguen sin electricidad en Florida, y el 30% de las gasolineras del estado no tienen gasolina.

El huracán Helene también dañó una fábrica de Carolina del Norte que produce alrededor del 60% de los fluidos intravenosos (IV) utilizados por los centros médicos del país. Los fluidos intravenosos son fundamentales para ayudar a tratar a los pacientes y administrar medicamentos. Y ahora hay una escasez de fluidos intravenosos en todo el país, con los hospitales racionando los fluidos intravenosos, y obligados a cancelar muchas cirugías y procedimientos importantes.

Decir que un evento es un desastre natural significa que ocurre por razones independientes de la influencia humana. Este no es el caso en lo absoluto. No hay nada natural en estas catástrofes. No se trata de una catástrofe natural, ni siquiera de una catástrofe meteorológica, sino de una catástrofe del capitalismo. Los fenómenos meteorológicos extremos como éste se deben a la alteración del clima provocada por la quema de combustibles fósiles. Y el sistema capitalista necesita combustibles fósiles para funcionar, para producir y expandirse continuamente, y para amasar más riqueza. Ante fenómenos meteorológicos extremos cada vez más frecuentes y destructivos, o graves sequías e incendios, el sistema del capitalismo no hace sino acelerar la destrucción climática.

Y en respuesta a estos frecuentes desastres, las compañías de seguros han empezado a cancelar los seguros contra inundaciones e incendios. Las aerolíneas incluso subieron sus precios cuando la gente intentaba huir de Florida antes de que llegara la tormenta. Y tras estas catástrofes, la ayuda ofrecida a las miles de personas cuyas vidas han quedado destruidas es mínima. Las infraestructuras del país más rico del planeta no pueden soportar las catástrofes provocadas por este sistema.

En los países más pobres la situación es aún peor. Muchos de los migrantes que llegan a la frontera sur desde Centroamérica y Sudamérica huyen de condiciones desesperadas, agravadas por las condiciones meteorológicas extremas causadas por la crisis climática. Y están siendo tratados como criminales por intentar sobrevivir. Imaginemos lo que les puede ocurrir a los habitantes de Florida o Carolina del Norte que lo han perdido todo. ¿Adónde irán? ¿Se les criminalizará también por quedarse sin hogar?

Estos huracanes y el caos que han desatado nos muestran la bancarrota total de un sistema que valora más los lucrosque las vidas humanas. Es un sistema que no puede mantenernos a salvo y es un peligro para todos nosotros si permitimos que siga en pie. Los que están en el poder pueden ofrecer migajas para ayudar, pero no vienen a salvarnos, y su sistema no ofrece soluciones.

Al fin del día,al igual que son las personas comuneslas que hacen funcionar esta sociedad antes de catástrofes como éstas, tras ellas son siempre las acciones de las personas ordinarias que producen el verdadero remedio. Que se restablezca la electricidad, que vuelva el agua, que se reconstruyan las infraestructuras… todo ello depende de la labor de los trabajadores.

Si queremos poner fin a la destrucción de nuestro planeta y al caos que acompaña, tendremos que tomar el control de nuestra sociedad y quitárselo de las manos a estas corporaciones. Sólo entonces podremos organizar una sociedad que cumplanuestras necesidades y sirva a nuestros intereses.

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