Estamos a una semana de las elecciones presidenciales. Aunque no está claro qué candidato ganará, ya está decidido quiénes serán los verdaderos vencedores: la pequeña clase de los súper ricos y sus corporaciones.
Estas elecciones ya se han convertido en las más caras de la historia, con un gasto estimado de 16.000 millones de dólares en candidatos presidenciales y al Congreso. Tan sólo los 50 donantes más ricos han invertido ya 2.100 millones de dólares en las campañas electorales, muy por encima de cualquier elección anterior. Se trata de multimillonarios vinculados a muchas de las mayores empresas de EE.UU., desde la banca a la energía, pasando por el transporte y la tecnología. Y millones de dólares más proceden del llamado «dinero oscuro», que son grupos que no tienen que revelar de dónde proceden sus donaciones.
Ambas campañas presidenciales han gastado tanto dinero que han recurrido a dirigirse agresivamente a sus simpatizantes con peticiones de donaciones elevadas que se renuevan automáticamente cada mes o semana, y de las que la gente tiene que leer la letra chica para optar por no participar. Las campañas de Harris y Trump se han dirigido a simpatizantes de edad avanzada, muchos de ellos con demencia, solicitándoles donaciones periódicas de hasta seis cifras. A muchos de ellos les han vaciado por completo sus cuentas de jubilación, algunas de hasta 400.000 dólares. Está claro que a estas campañas no les importa el sustento de sus partidarios menos ricos.
Otros multimillonarios de EE.UU. no han apoyado públicamente a ninguno de los dos candidatos, sabiendo que sus intereses estarán protegidos de cualquier manera. Por ejemplo, The Washington Post se ha negado a respaldar a un candidato por primera vez desde 1988, una decisión tomada por el multimillonario propietario del periódico, el fundador de Amazon Jeff Bezos. Y el multimillonario propietario de Los Angeles Times también impidió que su periódico respaldara a un candidato este año.
Las corporaciones y las élites ricas saben que estarán cubiertas con cualquiera de los resultados de las elecciones. Las empresas de Wall Street, los contratistas militares y otros líderes corporativos saben que sus beneficios seguirán siendo seguros gane quien gane. Su confianza se basa en lo bien que su sistema funciona a su favor, independientemente del partido que esté en el poder. En 2024, los beneficios empresariales batieron un récord histórico en EE.UU., con un total de 3,14 billones de dólares en los meses de abril, mayo y junio. Y el salario medio de los CEO se ha disparado, hastalos 16,3 millones de dólares, lo que supone unas 200 veces más que el salario de un trabajador medio. Por ejemplo, los tres multimillonarios más ricos de EE.UU. han visto dispararse su patrimonio desde 2016: el de Elon Musk ha pasado de 12.000 millones de dólares a 277.000 millones, el de Jeff Bezos de 45.000 millones a 211.000 millones y el de Mark Zuckerberg de 44.000 millones a 203.000 millones. Para la clase de los superricos, este sistema funciona muy bien, independientemente de quién esté en la Casa Blanca.
Mientras que los ricos se enriquecen tanto con los demócratas como con los republicanos, la historia es totalmente distinta para los trabajadores. El aumento de la inflación, el estancamiento de los salarios y el incremento del coste de la vida siguen paralizando a las familias de la clase trabajadora. Los costes de la salud siguen disparándose, y la asistencia médica de calidad sigue estando fuera del alcance de muchas familias de clase trabajadora y de los pobres. Nuestras escuelas, infraestructuras y servicios públicos siguen deteriorándose, mientras que el presupuesto militar aumenta cada año, independientemente de la administración que gobierne, canalizando miles de millones de dólares para apoyar regímenes brutales como Israel y su genocidio de palestinos.
No se trata de errores de quienes están en el poder, sino de un sistema que funciona de manera deliberada, un sistema político que da prioridad a los ricos por encima de la mayoría de nosotros. Nuestro sistema político actual está diseñado para mantener el statu quo y ampliar la riqueza y el poder generales de la clase dominante estadounidense. Demócratas y republicanos pueden tener diferencias de enfoque para lograr este objetivo, pero ambos partidos sirven en última instancia a los intereses de los ricos. Para los súper ricos, las elecciones están amañadas para que su clase gane siempre, independientemente del candidato que salga elegido.
La clase dominante quiere hacernos creer que nuestro único poder reside en las urnas, pero la historia nos demuestra lo contrario. El poder para cambiar esta sociedad reside en nosotros, la mayoría que hace el trabajo para que este sistema funcione cada día. No hay necesidad de alinearse tras las promesas o amenazas de ningún político. Independientemente de quién gane en noviembre, podemos organizarnos para defender nuestros intereses y exigir los cambios que necesitamos.